La educación es un
tema cíclico y recurrente en la Argentina. Junto con el equinoccio de marzo y
acompañando la caída de las hojas, docentes, alumnos, padres y Estado comienzan
una discusión intrépida y zigzagueante, con grises matices y esqueléticos
ramajes, como el otoño.
La educación es
importante, lo hemos escuchado de nuestros padres y abuelos, pero ¿Qué es la
educación? Si todas las partes de la contienda entendiéramos la educación y su
verdadero sentido social, seguramente los términos a revisar y los medios para hacerlo serían otros, pero
hemos caído en un círculo vicioso, mientras menos educación más discusión y si todos alzamos la voz, nadie aprende.
Aclaro que no uso como sinónimos debatir y discutir, en un debate las partes
están interesadas en conciliar y confían en que el mejor camino es poner las
ideas en común para conseguir lo mejor para todos, en una discusión cada parte
tira para su lado y casi siempre se perjudican todos.
La educación existe
desde los comienzos de la humanidad, pero la educación Pública es más reciente
y en sus orígenes tuvo objetivos muy concisos: Emancipar y Libertar. Marie Jean Antoine de Caritat, marqués de
Condorcet (1743-1794), presidente del Comité de Instrucción Pública de la
asamblea al implantarse la
República luego de la Revolución Francesa ,
sabía que la única forma de sustentar
los principios que motivaron la Revolución (Libertad, Igualdad y Fraternidad) era
a través de un sistema educativo que los transmitiera de generación en generación.
Hoy en día, las
consecuencias de la falta de educación son equivalentes que las de esa época,
la ignorancia adormece el discernimiento y con él la libertad de elegir; hace
que los hombres sean mas maleables y estén aptos a los discursos populistas o a
la publicidad que fomenta el consumo indiscriminado. Es importante destacar el
carácter obligatorio, estatal, laico y gratuito que plantea la ley argentina, que
responde al mismo impulso democrático e igualitario que fue combustible espiritual
de los revolucionarios franceses. Estos principios intentan asegurar la
formación de los ciudadanos (que son el verdadero capital de un país). El
carácter de estatal y gratuita garantiza que las personas de todos los estratos
sociales tengan acceso a ella, porque se ha comprobado que hay una correlación
entre el nivel de educación y los niveles de salud, seguridad y economía de un
país, por lo que estos “estratos” sociales deberían tender a desaparecer si la
educación se garantiza, por ellos también es obligatoria. Siendo entonces la
educación un fenómeno nivelador, es importante que esa nivelación sea siempre
hacia arriba, dado que nivelar hacia abajo no es más que lo que se viene
haciendo desde hace algún tiempo en la Argentina y es lo que nos ha situado en un
círculo vicioso. Alumnos que pasan de grado sin los conocimientos necesarios
para hacerlo, profesores que muchas veces se ven en la obligación de aprobarlos
para que el Estado acredite pruebas como las PISA, padres contentos y sin
quejas porque sus hijos “pasan de grado”, etc. Esto, luego de unos años, se
traduce en mano de obra poco calificada y en
profesionales poco competitivos, en una
industria deteriorada, consecuentemente en falta de trabajo y en una
economía trepidante.
Entonces ¿Qué es la educación? ¿Debemos redefinir el concepto
de educación al igual que se redefinió la escuela que luego de un siglo se convirtió en
comedor, dispensario, consultorio psicológico y centro de detección temprana de
hechos violencia familiar? Quizá alcance con retomar el verdadero concepto de
educación pública y recordar que la institución pública no puede concretar su
objetivo de formar ciudadanos, si la otra parte crucial del proceso de
Instrucción Pública, no hace su trabajo, que es previo al que se da en las aulas,
hablo de la instrucción en valores.
Los
valores son a cada persona lo que la regla o el nivel son al albañil, nos
permiten medir si la construcción de nuestra vida está acorde a nuestro plano
interior. Claro que después de cada medida uno toma la decisión de respetar el
plano o no y muchas veces por bien que se construya, factores exógenos
deterioran nuestras obras, pero en síntesis, los valores son las herramientas
que tenemos para desarrollarnos armoniosamente, en sociedad. ¿Qué pasa cuando
la calidad de las herramientas de medida es baja, cuando las marcas
milimétricas de la regla no son equidistantes? ¿Qué pasa cuando los valores se
relajan, cuando da lo mismo saludar o no, cuando da lo mismo llegar a horario o
no, cuando da lo mismo pedir permiso y dar gracias que no darlos? Pues nos
irritamos cada día más. La estructura social ya no reposa sobre un suelo
estable cuando no tenemos como medir (o medimos mal) nuestras decisiones y
acciones.
Es muy
difícil que un alumno aprenda si no respeta a su instructor y el respeto se
forja con valores, los valores del profesor deben guiarlo para ganarse el
respeto de sus alumnos y los valores de un alumno deben generarle la necesidad
de aprender. Quisiera que no se entienda que estoy evocando el pasado, las formas
cambian, lo que no debería cambiar es el contenido que se forja a base de
prueba y error. Recuerdo un día, un maestro al que aprecio mucho, me explicó ésto
con un ejemplo, me dijo que cuando él iba al nivel primario, todos los alumnos
se ponían de pie para recibir al maestro que ingresaba al aula, pero que ahora,
si bien no se ponían de pie, todos saludaban al profesor con un “buen día
profe” al unísono. Básicamente la forma de saludar al profesor ha cambiado,
pero el contenido sigue siendo el mismo, saludar y dar comienzo a una clase. De
esa forma, el profesor entendía que comenzaba su importante tarea de educar y
los chicos entendían, de manera implícita, que era el momento de enfocar su
concentración lo más que se puediera.
Es
importante destacar que todos somos ejemplo de otras personas, máxime cuando se
trata de enseñar valores. Por eso, un profesor no puede hablar de puntualidad
cuando él no consigue llegar a tiempo a su clase, tampoco un padre puede
regañar a un hijo por mentir, cuando él manda a su hijo a decirle al vendedor
que está parado en la puerta, que su papá no se encuentra en la casa.
Básicamente no alcanza con transmitir la teoría de las buenas prácticas, la
buenas prácticas deben ser aplicadas en presencia de todos, para que no exista
ni la mas mínima sensación de que se pueden doblar las reglas de vez en cuando
con el criterio “hay otros que también lo hacen mal, ¿Por qué yo debo ser
diferente?”, porque de esa forma se desencadena un efecto de relajación que nos
posiciona donde hoy estamos, en una sociedad agresiva, irritada y vanidosa, que
confunde caridad con beneficencia, que se enemista con el vecino por partidos
de futbol o partidos políticos, que castiga a los chicos por problemas de
adultos.
No se
puede aprender si no se tiene la convicción de que es necesario hacerlo y esa
convicción nace de valorar la educación como medio de progreso social. Y, como
lo intenté transmitir más arriba, si falla la educación, la economía, la salud
y la seguridad también fallan. Lo cierto es que está al alcance de todos hacer
que las cosas cambien, porque todos podemos transmitir valores, todos podemos
enseñar a valorar las cosas realmente “útiles” para una sociedad. En este punto
les cuento una anécdota: un día una maestra que da clases en el último año de
una escuela primaria, en la que se les sirve la merienda a los alumnos, me
contó que les había resultado un método para “castigar” a aquellos alumnos que
no cumplían con su tarea; básicamente, aquellos que no se tomaban el trabajo de
hacer la tarea en sus casas, luego tenían que servirles la merienda a todos sus
compañeros de curso. Luego de que me contara esto, comenzamos a debatir sobre
si esa forma de castigo no estaría implícitamente haciendo que los chicos
asocien “el servir a un amigo” con algo malo, cuando lo más esperado debería
ser que los chicos se ofrecieran voluntariamente para servir la merienda a sus
compañeros. Debemos replantearnos lo que sin darnos cuenta estamos enseñándoles
a nuestros hijos, hermanos, amigos, alumnos, etc. Cada pequeño acto, cada
decisión que tomamos o cada omisión, es un ejemplo para alguien que nos está
observando, en cada gesto tenemos el poder de otorgarle una herramienta para la
vida a otra persona, una herramienta que la ayude a ella, pero que al final de
cuentas reditúa en ayuda para todos. Porque lo más trascendente que podemos
hacer es enseñarle a alguien, pero antes debemos aprender y sobre todo meditar
sobre lo que queremos como personas y como integrantes de una comunidad.
Ese es un
valor muy importante, el que nos posiciona como integrantes de algo más grande
que nosotros mismos, la sociedad. Numerosos autores literarios intentaron
sembrar ese valor y el mismo ha tomado infinidad de formas al transmitirse
¿Recuerdan la famosa consigna de Dumas “Todos para uno y uno para todos”? ¿Recuerdan los contundentes versos del Martín
Fierro “Los hermanos sean unidos… ”? ¿Recuerdan el libro que nos regalaron en
la infancia, El Principito? A continuación voy a colocar un fragmento de ese
pequeño libro, el momento en que el Principito, ávido de conocimientos, se
encuentra con un gran maestro, el zorro, que le enseña algo muy importante:
-No -dijo el Principito-. Busco
amigos. ¿Qué significa "domesticar"? -volvió a
preguntar e lPrincipito.
-Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa "crear vínculos... "
-¿Crear vínculos?
-Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un
muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada.
Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos
necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti
único en el mundo...
preguntar e lPrincipito.
-Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa "crear vínculos... "
-¿Crear vínculos?
-Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un
muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada.
Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos
necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti
único en el mundo...
Crear vínculos, esa es la consigna, a primera vista simple,
pero en verdad muy compleja. Educar es enseñar a aprender, es dar las
herramientas para que los chicos puedan crear sus propios vínculos con las
demás personas, en los diversos ámbitos de la vida, el escolar, el familiar, el
laboral, etc. Esos vínculos son los que consolidan las relaciones y hacen una
estructura social sólida, consistente, coherente, pero sobre todo, resiliente. Hay que hacer
énfasis en la educación inicial y primaria, porque es en ese momento cuando los
niños son tan absorbentes como frágiles. Por eso es importante que desde la
casa se den las condiciones necesarias para aprender y se les transmitan los
ejemplos propicios para desarrollar una mentalidad flexible y tolerante, apta
para los tiempos dinámicos que vivimos.
Quiero que se entienda a que me refiero y por eso voy a dar
un último ejemplo antes de aburrirlos por completo. Hace poco, con Rotary Club
organizamos una jornada de plantación de árboles y de juegos para niños.
Algunos chicos se acercaron a jugar y a todos les dimos la bienvenida
entregándoles un globo, todos lo aceptaron encantados, menos uno de ellos que
tenía 7 años. Simultáneamente con un ademán de rechazo vinieron las palabras
“No quiero, ya soy grande”, insistimos una vez más, pero su decisión ya estaba
tomada. Se fue sin su globo pero en mi cabeza quedaron algunas interrogantes:
¿Grande para qué? ¿Qué cosas si está
dispuesto a aceptar bajo su premisa de ser grande?
No voy a cometer el error de generalizar a partir de un
simple caso que puede pasar de ser percibido, pero creo que ese es un factor
común en estos días. Tal parece que en la conciencia colectiva ha germinado la
idea de que la inocencia es para débiles, la bondad para tontos y los buenos
modales de mal gusto. Es ardua la tarea de quienes se propongan retomar el
sendero de la educación, porque el camino esta obstruido por cargas despectivas
sobre las virtudes necesarias para el aprendizaje: la humildad, la palabra bien
medida, el silencio oportuno, el escuchar a las personas, el dar para recibir,
la paciencia, la tolerancia. Se acerca el día en que tendremos que
replantearnos los ideales colectivos, porque los que hoy perseguimos nos alejan de nuestros vecinos y
de nosotros mismos. Para conseguir una educación de calidad debemos atravesar
por un proceso lento y de largo plazo, pero creo que aún no hemos advertido
que, como sociedad, estamos enfermos de vanidad, egoísmo y envidia y lo primero
que debemos hacer parar curarnos es aceptar, precisamente, que estamos
enfermos.
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